El fin de semana pasado estuve en la casa de campo que tienen mis padres cerca de un pueblo llamado El Álamo
Es una casa con un jardín enorme, árboles frutales, palmeras imponentes, y una piscina que ha hecho las delicias de mis hijas y sobrinos.
El caso es que durante este fin de semana han pasado muchas cosas. Tantas que durante los próximos emails te voy a ir contando una historia muy bonita dividida en partes.
La historia de cómo me he reencontrado con una chica de 16 años, de 18 años, de 21 años, de 30 años…
La historia de una etapa de mi vida que durante mucho tiempo he preferido no mirar.
Y es que, verás, hace tiempo me di cuenta de que casi no tenía recuerdos de mi pasado.
Fue cuando a la gente de mi generación nos llegó una herramienta como Facebook y la posibilidad de conectar con antiguos compañeros de la EGB o el instituto.
Pues bien, yo empecé a quedar con mis amigos del pasado, personas que formaron una parte importante de mi vida en otro momento y…
…al cabo de varias quedadas comencé a reconocer un patrón.
El número de situaciones, conversaciones, anécdotas importantes de mi pasado de las que me hablaban pero de las cuales yo no me acordaba en absoluto era alarmante.
Y no eran banalidades. Eran situaciones con la suficiente relevancia como para dejar una muesca en mi hipocampo.
Siempre lo atribuí a que he vivido una vida con muchas experiencias y que, claro, mi cerebro no podía retenerlo todo.
Y por mucho que intentaba recordar y escarbar un poco en mi corteza prefrontal, ahí no había imágenes, ni conversaciones, ni risas…ni lágrimas. Ni de mi infancia, de mi adolescencia, de mi juventud…
Vacío. La nada.
Hace un tiempo, cuando estuve en terapia, mi psicólogo me dio la respuesta.
Él me explicó que yo con casi total seguridad había sufrido un trauma importante de niña y que probablemente había decidido borrar los malos recuerdos como método de supervivencia.
Pero claro, él me dijo también que este método no es selectivo y que cuando este mecanismo de autoprotección, que consiste en el borrado sistemático de muchos recuerdos, se pone en marcha, el cerebro arrasa con todo.
Con lo desgarrador…pero también con lo bonito.
El hecho de que me haya mudado más de 25 veces a lo largo de mi vida, y que en cada mudanza me deshiciese del 40% de mis posesiones por mi nulo apego por las cosas materiales, ha hecho que no tampoco tuviese acceso a recuerdos materiales que me ayudasen a rescatar los recuerdos mentales abandonados en ese abismo insondable del olvido.
Sip, yo fui de las que lloró a mares en la escena del elefante en la película Inside Out – Del Revés -.
Y el caso es que yo ya me había resignado a convivir con esta nebulosa pretérita, pero este fin de semana, mientras estaba en casa de mis padres y después de repetidas peticiones de mi santa madre, le eché un par y decidí…hacer limpieza en la que había sido mi habitación durante mis años de nómada.
Abrí la puerta…y lo que sucedió a continuación te sorprenderá.
(estaba deseando utilizar esta frase, jajajaja)
Continúa en la próxima KanjiLetter (Parte II)
(…) Abrí la puerta y me encontré con una maleta y con un armario pero, sobre todo, detrás esa puerta me reencontré conmigo misma, con 17, 21 y 30 años y con muchos recuerdos olvidados.
Pero justo cuando iba a abrir la maleta, me llamó mi padre para enseñarme cómo le estaba quedando la pintura del coche.
Bajé y ahí estaba. Pintando su propio coche. Viejito y con achaques pero con ganas de seguir dándolo todo…y con esos ojos flipantes que ojalá hubiese heredado yo.
Me paré, miré a mi alrededor y decidí dar un paso que hablaba alto y claro de la mujer que soy hoy.
Con 43 años.
Ese paso fueron unos videos que subí a mi perfil de Instagram, y en los que mostraba todo lo que había construido mi padre en esa casa. Desde:
…y no me cabrían aquí todos los etcéteras que tendría que poner.
Hice el video como reconocimiento a mi padre, al que considero un fuera de serie.
Un hombre hecho a sí mismo que nunca se resignó a la mediocridad, que nunca acudió a lo fácil. Un hombre con una curiosidad apabullante y con una sed inapagable de aprender y sobre todo CREAR.
Con sus propias manos.
Si has leído mi libro o has asistido a alguna de las ediciones de mi evento gratuito «Salta a la Pista» sabrás la influencia que tuvo mi padre en mi pasado.
Sabrás que el mantra que mi padre me repitió durante mi infancia y adolescencia fue el clásico:
«no sirves para nada»
o esta otra versión:
«nunca vas a conseguir nada que merezca la pena»
Y que estos mantras, repetidos lo suficiente, junto con otras situaciones dolorosas que no voy a detallar aquí, calaron muy hondo.
¿Recuerdas que la semana pasada te hablaba de un trauma infantil y el borrado sistemático de recuerdos?
Conecta los puntos.
El caso es que yo, en ese video en el que mostraba el trabajo de mi padre, me sentía…orgullosa. Sí. Muy orgullosa de mi padre.
Y esto le extraña a muchas personas que saben de dónde vengo, porque se supone que yo debería estar enfadada con mi padre, debería odiarle, ignorarle, echar bilis cuando hablase de él.
Y no es así. De hecho, es todo lo contrario.
Esto habla de la mujer que soy hoy, de la mujer que ha sido capaz de sanar, de soltar, de perdonar…y es capaz de hacerse cargo de su propia vida.
Y es que, después de pasarme media vida echándole la culpa de todos mis problemas a mis padres, llegó un momento en el que desperté…
…y me di cuenta de que asumir la responsabilidad por todas las decisiones que había tomado en mi vida uno de los pasos más liberadores que podría dar jamás.
Y que si me mantenía enganchada a esas termitas emocionales llamadas das rencor y resentimiento estaba comprándome todas las papeletas para vivir una vida miserable.
Recuerda esa cita que dice que:
★ Engancharte al rencor por alguien es como beberte un chupito de veneno y esperar que sea la otra persona la que muera ★
Al final, se trata de lo que colocas en tu balanza.
En mi balanza pesa mucho más mi bienestar y plenitud (porque el perdón es un acto de profundo amor hacia mi misma), la calidad de mis relaciones familiares, y el ejemplo que eso le da a mis hijas.
Y justo esto la base emocional que me permite ir liberando algunas de mis memorias…porque ahora estoy preparada para recordarlas.
…
Así que, después de hacer el video y compartirlo, en un acto no exento de incomodidad, volví a subir a mi habitación, y me encontré con mi YO de 30 años sumida en un profundo infierno vital.
Continúa en la siguiente KanjiLetter (Parte III)…
(…) Cuando volví a entrar en la habitación, me fui directa a una maleta que asomaba debajo de mi cama.
Cuando la abrí, vi que esa maleta contenía ropa de cuando tenía unos 30 años.
Al sacar esas faldas, pantalones y tops empezaron a llegar algunas imágenes y recuerdos de aquella época de la que tengo tan pocos recuerdos.
En aquella época vestía una talla 36.
Y quizá no te parezca gran cosa, pero una talla 36 en un cuerpo con mi genética fuertota (con tendencia a acumular grasa y músculo) es una cifra que solo puede causar estragos.
Y así fue.
Esa talla 36 fue el resultado de un proceso concienzudo y minucioso de autodestrucción sistemática.
Un proceso que consistió, durante muchos años y especialmente cuando tenía alrededor de 30, en hacer todo lo que estuvo en mis manos por estar lo más delgada posible y vestir una talla 36.
Cosas como:
Recordé que cuando salía del trabajo, aparentando que yo vivía una vida normal, me montaba en el autobús y, en cuanto llegaba a casa, mis pasos me dirigían, como si fuese una autómata, al supermercado para comprar todo lo que luego ingería en mi atracón diario. Y que así pasaba las tardes. Planazo.
Recordé que incluso vomitaba el café con leche y las dos mini palmeritas de chocolate que sacaba de la máquina del trabajo antes de encender el ordenador. Para empezar el día de la mejor forma: dándole un buen castigo a mi cuerpo y sintiéndome avergonzada y decepcionada de mi misma as fuck, claro que sí, guapi.
Recordé aquella tienda de suplementos deportivos en el metro Puerta de Extremadura en la que me vendieron lo último en suplementos quasi anfetamínicos y me prometieron que iba a perder toda la grasa que me sobraba. Y lo que terminé de perder con esas pastillas fue mi salud mental.
Y quizá pienses que el objetivo era esa talla 36.
No. Nada más lejos.
La talla 36 era la excusa.
El verdadero objetivo tenía que ver con:
…esconderme de un miedo vasto e innombrable.
…encontrar algo de alivio a tanta desesperación.
…anestesiarme durante un rato de tanto odio por mi misma.
El verdadero objetivo era darme un puto respiro.
Porque yo no tenía ni idea de cómo había llegado a esa situación ni sabía cómo hacerme cargo de mi vida.
Mi vida interior, entiéndeme. Mi vida interior era un caos irrespirable.
La exterior parecía muy ordenadita y correcta. Buen trabajo, buena casa, amigos, una vuelta al mundo a mis espaldas y flamante paracaidista…visto desde fuera lo petaba muy fuerte, ¿eh?
Y quizá piensas que la talla 36 me ayudó a sentirme mejor.
Ya. Eso es lo que pensamos. Eso es lo que esperamos con todas nuestras fuerzas.
Pues bien, aquella época fue una de las peores que recuerdo.
Todo lo que avancé en perder kilos, lo avancé también en destruir lo que quedaba de mi maltrecha autoestima.
¡¡Qué bien nos las arreglamos para querernos tan poco, coño!!
Y volver a tocar esa ropa aquel día me permitió conectar con esa mujer de 30 años, recordarla, honrarla y sentir una ternura infinita por ella.
Porque, en todo momento, hizo lo que pudo para seguir adelante.
Y eso, casi siempre, es SUFICIENTE.
…
Después de colocar la ropa en la maleta me dirigí a mi armario y lo abrí…allí estaba yo, con 21 años…y con 17.
Con ilusiones y grandes planes.
Te lo cuento en la próxima Kanjiletter (Parte IV) , donde además te hablaré sobre el método infalible para fulminar tus creencias limitantes.
No te la pierdas.
Abrí el armario y vi una bolsa enorme de plástico con un montón de papeles dentro.
Lo cogí y, de repente, los ojos se me salieron de las órbitas.
Encontré el diario que escribía siempre a final de año con mi revisión correspondiente, encontré entradas de conciertos, la factura de mi viaje around-the-world (alrededor del mundo), relatos con mis reflexiones y otros tantos vestigios de mi pasado nebuloso.
IMPAGABLE
Y, revisando todos estos papeles y documentación, con el corazón en un puño, descubrí varias cosas ultra importantes. No puedo compartirlas todas porque el email sería demasiado largo pero voy a intentar condensar lo importante.
Y es que, en esa bolsa de plástico encontré decenas de cartas de mis primas y de mis amigos, expresando cariño, amor y apreciación por mi. Y esto me dejó en shock, porque la realidad es que, a pesar de que todo el mundo me quería…
… yo nunca me sentí querida.
Era como que ese amor no permeaba en mi.
Ahora comprendo que si tú no te quieres a ti misma, es imposible que te permitas recibir el amor de los demás.
Y hablando de amor, también encontré una carta de mi primer novio, que me decía (literal):
Hana, te quiero, no puedo vivir sin ti, eres la razón de mi existencia, sin ti no sería nada, mientras viva lo haré única y exclusivamente para hacerte feliz, y que me quiero casar contigo porque mi amor por ti supera la comedia «shakesperiana» del s. XIV.
A lo que yo le respondía (literal):
Para mí que estás teniendo un flash mental y que estás exagerando, y que no puedes estar tan seguro de que dentro de unos meses sigas sintiendo lo mismo. Así que…tampoco te pases, sin mi seguirías siendo feliz y tu vida seguiría adelante.
¡Toma ya!
Parece que siempre he sabido poner límites cuando la situación lo requería. Poderío feminista en 1997.
Y también encontré otra documentación que me demostraba que me había estado engañando a mi misma en unas cuantas cosas.
Por ejemplo, siempre me he descrito como una persona caótica, desorganizada, incapaz de planificar ni de llevar un orden en su vida.
También, y esto es importante, siempre me etiqueté como alguien que no sabía gestionar su dinero.
De nuevo, lo único que percibía de mi misma era la impulsividad con la que tomaba decisiones y me describía como un completo «desastre» a la hora de gestionar mi dinero.
Pues bien, me encontré con los siguientes documentos:
Una tabla de excel analógica minuciosa as fuck (y con lamparones que no sé de dónde han salido) con mis horarios y horas de trabajo mensuales totales en el McDonalds donde trabajaba los fines de semana mientras me sacaba la carrera de Publicidad y Relaciones Públicas.
Mi cartilla del banco que decía que con casi 20 años tenía ahorrados 120.000 pesetas (720 euros) de mi trabajo en el McDonalds y las tenía metidas en un fondo de inversión.
Y esto eran dos evidencias aplastantes de que mis creencias limitantes:
Y, bueno, yo durante los últimos años he estado muy pendiente de encontrar evidencias que desmontasen estas creencias y me he empeñado en crear una realidad diferente para mi vida…
… y no ha ido mal.
Pero, desde luego, encontrar estos dos documentos me han reafirmado en que la historia que me había estado contando sobre mi misma durante tantos años,…
… juzgándome sin piedad…
… no era cierta.
Curioso, porque es justo lo que le recomiendo a mis alumnas cuando están en el proceso de identificar creencias limitantes, que suelen empezar con:
Debería…
No puedo…
Yo siempre…
Yo nunca…
Porque esta es la forma más rápida de fulminar tus creencias limitantes sobre ti misma => encontrar pruebas de su pasado que las refuten de un plumazo y te abran esa puerta de «oportunidad» que tú misma te has cerrado durante tanto tiempo.
¿Y qué pasa si no puedes acceder a las pruebas de tu pasado?
Pues nada mejor que crearlas tú misma.
Ahora.
Ya.
Si no sabes cómo hacerlo hay varias opciones: aprender por tu cuenta, que te enseñe otro o que te enseñe yo.
Las 3 opciones son igual de legítimas y va a depender de las ganas que tengas de pulverizar las creencias del pasado que te mantienen bloqueada y paralizada as fuck, mientras ves cómo se desperdician tu potencial, tu tiempo y tus ganas.
Yo te recomiendo la tercera opción. Que aprendas conmigo. Y esto te lo cuento el próximo martes.
Si hace tiempo que me sigues o has hecho alguna de mis formaciones ya sabes que meto el dedo en la llaga hasta que cura.
Si aún no me conoces bien, que sepas que mi manera de abordar el desarrollo personal no es para flojas ni flojos de corazón.
Yo de ti me lo pensaba.
Porque rebuscando entre los papeles, además de cartas de ex amantes, cartillas del banco llenas de sueños y excels de Mcdonalds con manchas sospechosas, también encontré pruebas gráficas de existencialismo adolescente.
¡Oh, yeah!
Y las voy a compartir contigo íntegras en el próximo email, que será el quinto y último de esta serie.
En crudo y sin refinar.
Continúa en la siguiente KanjiLetter (Parte V)…