Sentirse fracasado es inevitable cuando eso que te has propuesta ha fallado repetidas veces en la vida, pero lo cierto es fracasar una y otra vez no convierte a nadie en un fracasado. ¿Suena ilógico? ¡No lo es! El fracaso es esa decepción insoportable cuando algo no nos sale bien, pero su principal objetivo es conducirnos al éxito, el problema está en que la mayoría de las personas se queda estancado en los fracasos en lugar de volver a intentarlo, de una forma distinta, claro está. ¿Por qué nos sentimos fracasados? Por muchas razones que te cuento a continuación.
Expectativas vs realidad
Cuando estamos próximos a emprender un negocio, comenzar un trabajo nuevo o empezar una relación amorosa solemos dejar que nuestra imaginación viaje a través de nuestros deseos y unos ofrezca una serie de imágenes de cómo creemos que será todo, según lo que más anhelamos que suceda. Cuando ocurre lo contrario a todo lo hemos estado esperando, el sentimiento de tristeza y decepción es desbastador.
Por esta razón, ante el rechazo amoroso, un despido inesperado o el cierre de nuestra empresa nos sentimos fracasados. Sin embargo, es vital no detenerse en intentarlo nuevamente porque los tropiezos son el mejor momento para descubrir nuevas oportunidades. Asimismo, es probable que fracasemos una y otra vez en un mismo aspecto, esto, sin duda nos hará sentir aún peor, porque las repetidas decepciones son reflejo de que nuestras debilidades nos están sirviendo de grandes obstáculos.
Ante el panorama anterior es muy fácil renunciar a eso que queremos, por eso nos sentimos fracasados y solemos decir frases como: “yo no nací para esto”, “los negocios no son mi fuerte” o “nací para estar solo”. Esas frases tan desalentadoras que solemos repetirnos una y otra vez y que alimentan nuestro estado de ánimo depresivo nos conducen a la resignación y nos alejan del aprendizaje, permitiendo que el fracaso se instale en nuestra mente y, muy preocupante, dándole lugar para sabotearnos otros aspectos de nuestra vida.
Nos sentimos fracasados porque nos resignamos a no intentarlo nunca más, porque elegimos la etiqueta de fracasado en lugar de la de luchador. El fracaso nos acompaña por no ser capaces de sentarnos a conversar con nosotros mismos, revisar en qué fallamos, buscar las maneras de ser mejor y, muchas veces, por no tener la capacidad de ceder.
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