Seguro que más de una vez has oído hablar acerca de la zona de confort, ¿verdad? Es un término que en los últimos tiempos se ha puesto muy de moda porque se trata de ese espacio en nuestra vida en el que nos sentimos bien, seguros, confortables. Pero, muchas veces, debido a esa sensación de tranquilidad, no nos atrevemos a salir de esta zona para investigar sobre otras situaciones en la vida que podrían hacernos más felices.
El miedo al cambio, la comodidad y la seguridad que sentimos en esta zona de confort pueden jugar en nuestra contra cuando en la vida se nos plantean nuevos retos que son totalmente nuevos para nosotros y diferentes a lo que siempre habíamos hecho.
Definición de la zona de confort
Así pues, cuando hablamos de nuestra “zona de confort” es cuando hacemos referencia al espacio de nuestra vida en el que sentimos que lo controlamos todo: nuestros amigos de siempre, nuestro trabajo ya dominado, nuestra ciudad, nuestras aficiones, etcétera. En todos estos sectores podemos sentirnos cómodos y seguros porque ya tenemos experiencia en ellos.
Pero ¿qué ocurre cuando aparece en nuestra vida la ocasión de hacer algo diferente a lo que siempre hemos hecho? Quizás la idea nos llame la atención pero, si nos planteamos hacerla solos, puede que desistamos por miedo a sentirnos inseguros, a no saber hacerlo, miedo a lo desconocido, etcétera. Y es en este momento cuando la zona de confort se convierte en nuestra amable cárcel, los grilletes que nosotros mismos nos imponemos y que no nos dejan avanzar.
Es por este motivo por el que es importante que salgamos de nuestra zona de confort, que nos atrevamos a explorar la otra zona, la zona «mágica», la desconocida para nosotros y que puede ser todo un descubrimiento. En esta otra zona nos conoceremos mejor a nosotros mismos porque exploraremos facetas que ni siquiera nos habíamos dado la oportunidad de descubrir previamente.
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