La música siempre ha formado parte de nuestra realidad como especie. De hecho, nuestros antepasados usaban los sonidos para poder comunicarse entre ellos cuando, todavía, no tenían las capacidades físicas para hablar y entablar una comunicación lingüística. Así pues, la primera música surgió como una herramienta básica de supervivencia y de comunión con el resto de seres de nuestro grupo o tribu.
El mismo Charles Darwin en su conocido estudio “El origen de las especies” habló sobre los sonidos musicales indicando que estos podían haber sido la base sobre la que, después, se fundara el lenguaje. Esta afirmación la hizo al observar que, en la lengua hablada, también disponemos de un ritmo y una cadencia, algo muy similar a los sonidos de la música.
Pero ¿existe realmente una relación entre la música y las emociones? Si la música ha formado parte de nuestra existencia desde los mismos inicios, parece que la respuesta es clara pues, las emociones, también son algo intrínseco al ser humano. Pero, a continuación, voy a analizar de forma más detallada nuestra relación con emocional con la música para poder entender mejor esta conexión.
La música y las emociones
La música tiene la capacidad de alterar nuestras emociones. Y, para muestra de ello, tan solo hace falta que te pongas una canción, la melodía que sea, la conozcas o no y te dejes llevar por sus sonidos.
¿Por qué ocurre esto? Básicamente porque nuestro cerebro ha ido evolucionando e introduciendo la música y los sonidos como una pieza fundamental para nuestra comprensión del mundo. Por tanto, cuando percibimos un sonido externo, nuestra mente genera una serie de emociones que nos “traducen” esa perturbación externa para poder entenderla mejor.
Esta vinculación entre la música y las emociones nos permite reaccionar ante el entorno y mejorar nuestra vida en el planeta. Además, estudios neurocientíficos han descubierto que la música puede cambiar nuestro estado anímico porque activa diferentes estructuras cerebrales que se relacionan con las emociones.
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