¿Vives sin vivir en ti? ¿Sientes que tus días se te escapan como agua entre las manos?
Pues de agua trata el post de hoy, un post no escrito por mi. Este viernes, voy a dejar que un escritor mucho mejor que yo te transmita uno de los mensajes más potentes que ha entrado en mi mundo últimamente.
¿Cómo evitamos vivir nuestras vidas estando muertos, siendo inconscientes, meros esclavos de nuestras cabezas? ¿Cómo logramos ser lo bastante conscientes y estar lo bastante despiertos como para elegir qué pensar?
A través de la VERDAD con mayúsculas.
Este escritor se llamaba David Foster Wallace y el siguiente texto es una transcripción del discurso que dio en la universidad de Kenyon, con motivo de la ceremonia de graduación de la promoción de 2005. Encontré varias traducciones que he combinado y corregido, no sin esfuerzo, para facilitar su comprensión.
Es un texto largo pero te voy a pedir que, cuando sientas tentaciones de abandonarlo, te hagas un favor y sigas adelante. Y que luego, vuelvas a leerlo.
«Saludos a los padres y felicitaciones a los recién licenciados de Kenyon de 2005.
Van dos peces jóvenes nadando cuando se encuentran con un pez más viejo que viene en sentido contrario y que, saludándoles con la cabeza, les dice: “Buenos días chicos. ¿Qué tal está el agua?” Los dos peces jóvenes siguen nadando hasta que de repente uno de ellos se vuelve hacia el otro y le dice: “¿Qué demonios es el agua?”.
He aquí una exigencia generalizada de los discursos de graduación estadounidenses: el desarrollo didáctico de pequeños cuentos convertibles en parábolas. Esto resulta ser una de las mejores y menos absurdas costumbres del género, pero si os preocupa que mi plan sea presentarme aquí como el pez sabio y viejo que os explica a vosotros, peces jóvenes, lo que es el agua, por favor no temáis. No soy el pez sabio y viejo. Lo importante sobre el cuento de los peces es, simplemente, que las realidades más obvias e importantes son a menudo las más difíciles de ver y sobre las que es más difícil hablar. Expresado así parece una insignificante banalidad, pero la realidad es que las banalidades del ajetreo diario de la existencia adulta pueden tener una importancia de vida o muerte, o así es como me gustaría presentarlo en esta despejada y encantadora mañana.
Por supuesto que el principal requisito en un discurso como éste es que hable sobre el significado de la educación en Humanidades y que intente explicar por qué el título universitario que estáis a punto de recibir posee un verdadero valor humano y no es un simple medio de remuneración material. Así que mencionaremos otro tópico de este tipo de discursos: que el objetivo de la educación en Humanidades no es atiborrarte de conocimiento sino “enseñarte a pensar”. Si sois como yo cuando era estudiante, nunca hubieseis querido escuchar algo así, y os sentiréis ofendidos cuando alguien sugiera que necesitasteis que os enseñaran a pensar, porque el mismo hecho de que en su momento os admitieran en una universidad tan buena como esta sería prueba suficiente de que ya sabíais cómo hacerlo. Pero voy a hacerme eco de este tópico que no considero insultante, porque lo que verdaderamente importa en la educación –la que se supone que obtenemos en un lugar como éste– no sería aprender a pensar, sino elegir cómo vamos a pensar. Si la completa libertad para elegir sobre qué pensar os parece obvia y discutir acerca de ella una pérdida de tiempo, os pido que reflexionéis sobre la anécdota de los dos peces y el agua y que dejéis entre paréntesis por unos segundos vuestro escepticismo acerca del valor de lo que parece ser totalmente obvio.
Otra pequeña historia didáctica. Están dos tipos en un bar en la remota y desierta Alaska. Uno de ellos es religioso, el otro es ateo, y están discutiendo sobre la existencia de Dios, con esa intensidad especial que aparece después de la cuarta cerveza. Y el ateo dice: «Mira, no es que tenga verdaderas razones para no creer en Dios. No es que nunca haya hecho experimentos con todo ese rollo de Dios y la oración. Fíjate que justo el mes pasado me quedé atrapado lejos del campamento por culpa de una tempestad de nieve terrible y, como estaba totalmente perdido, no veía nada y estábamos a cincuenta grados bajo cero, decidí intentarlo: Oh Dios, si existes Dios, estoy perdido en medio de esta ventisca y si no me ayudas voy a morir» Y entonces, en el bar, el tipo religioso le echa una mirada perpleja al ateo. “Bueno, entonces está claro que sí deberías creer”, dice. “Después de todo estás aquí, vivo”. El ateo pone los ojos en blanco. “No, hombre, lo que sucedió es que un par de esquimales que pasaban justo por allí me enseñaron el camino de vuelta al campamento”.
Es fácil hacer un análisis típico en Humanidades: una misma experiencia puede significar cosas totalmente distintas para diferentes personas si tales personas tienen distintos marcos de referencia y diferentes modos de elaborar significados a partir de su experiencia. Dado que apreciamos la tolerancia y la diversidad de creencias, en cualquiera de los análisis posibles jamás afirmaríamos que una de las interpretaciones es correcta y la otra falsa. Lo que en sí está muy bien; la pena es que nunca nos extendemos más allá ni nos proponemos descubrir los fundamentos del pensamiento de cada uno de los interesados. Y me refiero a de qué parte del interior de cada uno de ellos surgen sus ideas. Como si las orientaciones fundamentales de una persona hacia el mundo y el sentido que extrae de sus experiencias fueran de alguna manera algo totalmente innato o «de serie», como su altura o el número de pie; o de lo contrario, hubieran sido automáticamente absorbidas de la cultura, como el lenguaje. Es como si la construcción del sentido no fuera realmente una cuestión de elección intencional y personal. Y es que, además, debemos incluir la cuestión de la arrogancia. El ateo de nuestra historia está totalmente convencido de que la aparición de esos dos esquimales no tiene nada que ver con su rezo y su petición de ayuda a Dios. Pero también debemos aceptar que la gente creyente puede ser arrogante y fanática en su modo de ver el mundo. Y hasta puede que sean más desagradables que los ateos, al menos para la mayoría de nosotros. Pero el problema del dogmatismo del creyente es el mismo que el del ateo: una certeza ciega, una cerrazón mental tan severa que aprisiona y el prisionero no se da ni cuenta de que está encerrado.
Aquí apunto a lo que yo creo que realmente significa que me enseñen a pensar. Ser un poco menos arrogante. Tener un poco menos de conciencia sobre mí y sobre mis certezas. Porque un gran porcentaje de las cuestiones sobre las que tiendo a pensar con certeza, resultan ser erróneas o meras ilusiones. Esto lo aprendí a golpes y os pronostico lo mismo a vosotros.
Os daré un ejemplo de algo totalmente erróneo pero que yo tiendo a dar por sentado: en mi experiencia inmediata todo refuerza mi profunda creencia de que yo soy el centro del universo, la persona más real, vivaz e importante que existe. No solemos pararnos a pensar sobre la inclinación natural a sentirnos el-centro-de-todo porque es algo socialmente censurable, pero en realidad es algo que nos pasa a todos. Es nuestro marco de referencia básico, nuestra configuración predeterminada por defecto, el modo en que estamos programados de nacimiento. Pensadlo: no hay una sola experiencia que hayáis experimentado en la que no hayáis sido el centro absoluto. El mundo como lo percibes está ahí, delante de TI o detrás de TI, a la izquierda o derecha de TI, o en TU tele o TU pantalla. Etc. Los demás te han de comunicar sus pensamientos y sentimientos para que seas consciente de ellos pero los tuyos son inmediatos, urgentes y reales.
Y, por favor, no os preocupéis porque ahora no voy a echaros un sermón sobre la compasión o cualquier otra virtud. Esto no tiene nada tiene que ver con la virtud. Esto tiene que ver con mi elección de afrontar la tarea de liberarme de esa configuración natural por defecto, innata y predeterminada, que me convierte en alguien totalmente y profundamente centrado en si mismo y que percibe e interpreta todo a través de sus gafas del «yo». A las personas que logran ajustar su configuración por defecto se les suele describir como ‘bien equilibrados’ y me parece que no es un término aplicado casualmente.
Y dado el entorno académico en el que ahora nos encontramos, es adecuado preguntarnos qué parte de este proceso de reajuste de nuestro marco de referencia innato implica algún tipo de conocimiento o intelecto. Es una pregunta difícil. Probablemente lo más peligroso de la educación académica –al menos en mi caso– es que tiende a la excesiva intelectualización de las cosas, lo que me lleva a perderme entre argumentos abstractos en mi cabeza en vez de, simplemente, prestar atención a lo que ocurre dentro y fuera de mí.
Estoy seguro de que ya os habéis dado cuenta de lo difícil que resulta mantenerse alerta y atento en el día a día, en lugar de caer hipnotizado por el monólogo constante que se produce dentro de nuestras cabezas (algo que puede estar sucediendo ahora mismo). Veinte años después de mi propia graduación he llegado comprender que, el clásico tópico liberal acerca de cómo las Humanidades nos enseñan a pensar, en realidad se refiere a algo más mucho profundo, a una idea más seria: aprender a pensar quiere decir aprender a ejercitar un cierto control acerca de qué y cómo pensar. Implica que os mantengáis lo suficientemente conscientes y atentos como para poder elegir a qué prestáis atención y a qué no, y podáis decidir como construís un sentido en base a lo que percibís. Y si no lográis esto durante vuestra vida adulta, estaréis totalmente perdidos.
Me viene a la mente aquella frase que dice que la mente es un criado excelente pero un pésimo amo.
Este tópico, como todos los demás, es superficialmente soso y aburrido pero la realidad es que expresa una verdad terrible. No es casual que los adultos que se suicidan con un arma de fuego lo hagan apuntando a su cabeza. Intentan aniquilar al tirano. Y la verdad es que la mayoría de esos suicidas ya estaban muertos bastante antes de que apretaran el gatillo.
Y os confirmo cual debería ser el verdadero valor que os aporte vuestra educación en Humanidades, sin gilipolleces ni mentiras: como impedir que vayáis por vuestra cómoda, próspera y respetable vida totalmente muertos, inconscientes, esclavos de vuestra configuración innata; singular, completa e imperialmente solos, día tras día. Esto puede parecer una hipérbole o una tontería abstracta. Concretemos un poco más. El hecho es que vosotros, recién licenciados, no tenéis la más mínima idea sobre lo que implica el día a día de un adulto. Resulta que en estos discursos de graduación nunca se hace referencia a cómo transcurre la mayor parte de la vida de un adulto norteamericano. Esa gran parte que implica aburrimiento, rutina y frustración. Los padres y la gente mayor que aquí os acompaña deberían saber bastante bien a qué me refiero.
Pongamos un ejemplo e imaginemos el día típico de un adulto normal. Te levantas temprano por la mañana para ir a tu trabajo post-licenciatura, un trabajo de oficina muy exigente en el que te pasas ocho o diez horas y que al final del día te deja agotado y estresado y con el único deseo de volver a casa y encontrarte con una cena rica y poder descansar y desconectar una hora antes de meterte en la cama temprano porque, por supuesto, al día siguiente tienes que levantarte otra vez temprano para volver a hacerlo todo de nuevo. Pero de repente te acuerdas de que la nevera está vacía. No has tenido tiempo de hacer la compra esta semana por culpa de las exigencias de tu trabajo así que, ahora, cuando terminas tu jornada no tienes más remedio que meterte en tu coche y, en lugar de volver a casa, irte al supermercado. Es hora punta y el tráfico es un infierno. Así que llegar al centro comercial te lleva más tiempo de lo normal y cuando al final llegas, resulta que el supermercado está atestado de gente, porque es el momento del día en el que el resto de personas con trabajos como el tuyo aprovechan para hacer algunas compras también. Y el supermercado está espantosamente iluminado y repleto de publicidad y puedes escuchar una musiquita asesina constante de fondo y es el último lugar del mundo en el que quieres estar pero no puedes entrar, comprar y salir rápidamente como te gustaría. No. Tienes que vagar por los confusos y excesivamente iluminados pasillos para poder encontrar lo que estás buscando y tienes que maniobrar tu carrito y pasar entre el millón de carritos de las demás personas, tan cansadas y apuradas como tú, etc., etc., etc. Y cuando finalmente consigues lo que necesitas, te diriges a las cajas y resulta que, a pesar de que es hora punta en el supermercado, no hay suficientes cajas abiertas así que la cola es increíblemente larga, lo cual es totalmente exasperante. Pero no puedes pagar tu frustración con la frenética cajera, que está totalmente saturada por un tipo de trabajo cuyo tedio y sin sinsentido sobrepasa la imaginación de cualquier presente aquí hoy, en esta prestigiosa universidad.
Pero bueno, finalmente llegas a la caja y pagas por tu comida y escuchas como alguien te dice «que tenga un buen día» en una voz que parece la voz de la muerte. Y luego tienes que llevar todas tus bolsas cutres de plástico en tu carrito que tiene una rueda rota y no para de irse hacia la derecha cuando intentas conducirlo a través de un parking abarrotado, sucio y lleno de baches. Para después conducir de vuelta a casa, con un tráfico lento, pesado y lleno de 4×4, Hummers, etc., etc., etc…
Todo el mundo ha pasado por esto pero este escenario todavía no forma parte de vuestras rutinas vitales de recién licenciados, día tras semana tras mes tras año.
Pero lo será. Y os esperan muchas otras tareas deprimentes, irritantes y sin sentido aparente. Pero eso no es lo importante. Lo verdaderamente importante es que en estas tareas de mierda, insignificantes y frustrantes, es donde aparece la oportunidad de elegir. Porque los atascos o los pasillos de supermercado atestados de gente y carritos o las larguísimas colas me ofrecen tiempo para pensar y si no elijo conscientemente sobre qué pensar o sobre qué prestar mi atención, me sentiré frustrado y jodido cada vez que tenga que ir a la compra. Porque mi configuración natural por defecto me dice que estas situaciones giran alrededor de MI. Sobre MI hambre y MI cansancio y MI deseo de volver a casa y sobre el sentimiento de que el resto del mundo se empeña en ponerse en mi camino. ¿Y quienes son todas estas personas que se ponen en mi camino después de todo? Mira que asquerosos son la mayoría de ellos, que cara de estúpidos, con esas miradas bovinas, sin vida, y que coñazo, y que maleducados son hablando a voces por el móvil mientras están en la cola. Y, personalmente, que profundamente injusto es todo esto.
O, por supuesto, si me he formado en las más socialmente conscientes Humanidades, puedo pasar el rato en medio del tráfico del final del día sintiéndome asqueado por todos los todoterrenos y Hummers y furgonetas pickup de doce cilindros enormes, estúpidas e invasoras, que queman sus tanques de gasolina de 150 litros antieconómicos y egoístas, y puedo fijarme en el hecho de que las pegatinas de parachoques patrióticas o religiosas siempre parecen estar en los vehículos más grandes y más asquerosamente egoístas, conducidos por los conductores más feos (esto es un ejemplo de cómo NO pensar, sin embargo), desconsiderados y agresivos. Y puedo pensar en cómo los hijos de nuestros hijos nos despreciarán por desperdiciar todo el petróleo del futuro, y probablemente joder el medioambiente, y en lo pervertidos y egoístas y repugnantes que somos, y en que la sociedad consumista moderna es una mierda, y así sucesivamente.
Pilláis la idea.
Si elegís pensar así en un supermercado y en una autopista, perfecto. Muchos de nosotros lo hacemos. Pero pensar de este modo es tan fácil y automático que no es una elección. Es mi configuración natural por defecto. Es la manera automática en que experimento las partes frustrantes y aburridas de la vida adulta cuando funciono bajo la creencia automática e inconsciente de que soy el centro del mundo, y de que mis necesidades inmediatas y mis sentimientos son los que deberían determinar las prioridades del mundo.
La historia es que, por supuesto, hay maneras totalmente diferentes de pensar sobre este tipo de situaciones. En un atasco y con todos esos coches parados y al ralentí en mi camino, no sería imposible que algunas de las personas que van en un 4×4 hayan sufrido un horrible accidente de coche en el pasado y que ahora conducir sea una experiencia tan terrible para ellos que su terapeuta les ha aconsejado a todos que se compren un todoterreno enorme y pesado para que así se sientan lo bastante seguros como para conducir. O que el Hummer que ahora me corta el paso quizá esté conducido por un padre cuyo niño pequeño está herido o enfermo en el asiento de al lado y él esté intentando llevar al crío al hospital, y tenga una prisa más grande y legítima que yo: en realidad soy yo quien está en SU camino.
O puedo elegir obligarme a considerar la probabilidad de que todos los demás en la cola de caja del supermercado están tan aburridos y frustrados como yo, y que algunas de estas personas probablemente tengan vidas más duras, más tediosas y más dolorosas que yo.
De nuevo, por favor, no penséis que os estoy dando un consejo moral, o que estoy diciendo que se supone que tenéis que pensar de esta manera, o que alguien espera que lo hagáis de forma automática. Porque es difícil. Hace falta voluntad y esfuerzo y, si sois como yo, algunos días no seréis capaces de hacerlo o simplemente no os dará la gana hacerlo.
Pero la mayor parte de los días, si sois lo bastante conscientes como para permitiros elegir, podréis escoger mirar de forma diferente a esa señora gorda, insensible y excesivamente maquillada que grita a su hijo en la cola de la caja. Puede que ella no sea siempre así. Puede que se haya pasado tres noches seguidas cogiendo la mano de su marido agonizante de cáncer de huesos. O puede que esa misma señora sea esa empleada mal pagada del concesionario que justo ayer ayudó a vuestra pareja a resolver un trámite burocrático tedioso y desesperante mediante un pequeño acto de bondad administrativa. Por supuesto, nada de esto es probable, pero tampoco es imposible. Sólo depende de cómo lo enfoquéis. Si estáis automáticamente seguros de que sabéis cuál es la realidad, y funcionáis con vuestra configuración natural por defecto, entonces vosotros, como yo, probablemente no consideraréis ninguna otra posibilidad que no sea molesta y miserable. Pero si realmente aprendéis a prestar atención, entonces sabréis que hay otras opciones. En realidad está a vuestro alcance el poder experimentar la típica situación de ir de compras, abarrotada, calurosa, lenta e infernal como, no sólo útil, sino también sagrada y encendida con la misma fuerza que ilumina las estrellas: el amor y la fraternidad, la unidad mística que subyace en todas las cosas.
No es que lo místico sea necesariamente verdad. Lo único que es VERDAD con mayúsculas es que vosotros podéis decidir cómo tratar de enfocarlo.
Esto, propongo, es la libertad que otorga una educación real, aprender a ser equilibrado. Vosotros decidís conscientemente lo que tiene significado y lo que no. Vosotros decidís qué queréis adorar.
Porque aquí hay otro asunto más que es extraño pero cierto: en las trincheras del día a día de la vida adulta, en realidad no existe nada parecido al ateísmo. No hay nada que no implique adoración. Todo el mundo adora algo. La única elección que hacemos es qué adorar. Y la razón irresistible por la que quizá elegimos alguna clase de dios o cosa de tipo espiritual que adorar —sea Jesucristo o Alah, sea Yavé o la Diosa Madre Wicca, o las Cuatro Nobles Verdades, o algún conjunto inviolable de principios éticos— es que casi cualquier otra cosa que adores te comerá vivo. Si adoráis el dinero y las cosas materiales, si sentís que representan el significado real de la vida, entonces nunca tendréis bastante, nunca sentiréis que tenéis bastante. Esa es la verdad. Adorad vuestro cuerpo y vuestra belleza y vuestro atractivo sexual y siempre os sentiréis feos. Y cuando el tiempo y la edad comiencen a aparecer, moriréis un millón de muertes antes de vuestro entierro. A un nivel básico, todos sabemos ya estas cosas. Están codificadas como mitos, proverbios, tópicos, epigramas y parábolas; el esqueleto de toda gran historia. El truco está en mantener la verdad al frente de nuestra consciencia diaria.
Adorad el poder y terminaréis sintiéndoos débiles y temerosos y necesitaréis incluso más poder sobre los demás para libraros de vuestro propio miedo. Adorad vuestra inteligencia, adorad ser vistos como gente inteligente, y terminaréis sintiéndoos estúpidos, fraudes, siempre con miedo de estar a punto de ser descubiertos. Pero lo insidioso de estas clases de adoración no es que sean perversas o pecaminosas, es que son inconscientes. Son configuraciones por defecto, innatas.
Es la clase de adoración en la que te deslizas gradualmente, día tras día, siendo cada vez más y más selectivo respecto de lo que ves y cómo lo valoras, sin nunca ser totalmente consciente de que lo estás haciendo.
Y el así llamado «mundo real» no os disuadirá de funcionar con vuestra configuración por defecto, porque el así llamado «mundo real» de los hombres, el dinero y el poder canturrea alegremente en una piscina llena de miedo e ira y frustración y ansia y adoración de sí mismo. Nuestra propia cultura actual ha aprovechado estas fuerzas de tal modo que han producido una riqueza, comodidad y libertad personal extraordinarias. La libertad de ser señores absolutos de nuestros pequeños reinos del tamaño de un cráneo, únicos en el centro de toda creación. Este tipo de libertad tiene mucho a su favor. Pero naturalmente hay muchos tipos de libertad, y sobre el tipo más valioso no oiréis hablar mucho en el gran mundo exterior del querer y conseguir…
El tipo realmente importante de libertad implica atención y consciencia y disciplina, y ser capaz de preocuparse verdaderamente por otras personas y sacrificarse por ellas todos los días, una y otra vez, en una infinidad de formas insignificantes y nada atractivas.
Esa es la libertad real. Eso es ser educado y haber entendido cómo pensar. La alternativa es la inconsciencia, la configuración por defecto, la carrera de ratas, la constante y corrosiva sensación de haber tenido, y perdido, algo infinito.
Sé que todo esto probablemente no suene divertido, alegre o muy inspirador para como se supone que ha de sonar un discurso de graduación. Se trata de, tal y como lo veo, la VERDAD con mayúsculas, despojada de un montón de sutilezas retóricas. Sois, por supuesto, libres de pensar lo que queráis. Pero, por favor, no lo descartéis como si se tratara de una amonestación de un sermón de la Doctora Laura. Nada de todo esto tiene que ver con la moralidad o la religión o los dogmas o los grandes y fantásticos interrogantes de la vida después de la muerte.
La VERDAD con mayúsculas va sobre la vida ANTES de la muerte.
Se trata del valor real de una educación real, que no tiene casi nada que ver con el conocimiento, y todo que ver con la simple consciencia;
consciencia de lo que es tan real y esencial, tan oculto y a la vista de todos nosotros, que tenemos que recordárnoslo una y otra vez:
“ESTO ES AGUA”
“ESTO ES AGUA”
Es inimaginablemente difícil hacerlo, estar alerta y vivo en el mundo adulto, día si y día también. Lo que significa que incluso otro tópico es cierto: vuestra educación en realidad ES el trabajo de toda una vida. Y comienza ahora.
Os deseo mucho más que suerte.»
David Foster Wallace
Matias says
Este discurso ya lo había leído (y hoy lo volví a leer porque nunca esta mal recordar y aveces olvido bastante), lo que siempre me pongo en duda si hacerle caso a una persona que se haya suicidado intentando, al menos, amar tanto la vida como este hombre que dió el discurso. Y toda palabra que haya hecho se cae por su propio peso de lo que hizo con su vida, por eso me suena que «esto es agua» es solo un slogan que suena lindo.
Hana says
Hola Matias! Gracias por tu comentario!! Si te fijas, él siempre se describe a si mismo como alguien que no es capaz muchas veces de elegir qué pensar y aún así nos insta a hacerlo. Me parece de una honestidad brutal y con eso me quedo.
¿Que hable sobre la vida y luego se haya suicidado? Las razones que pueden llevar a alguien a quitarse la vida son siempre inescrutables. Yo elijo pensar que luchó, luchó y luchó y llegó un día en que no pudo más.
Un fuerte abrazo!
Pak Escudero says
Pensad, pensad, pensad, malditos, o era una película que se titulaba bailad, bailad, bailad, malditos. No sé, pero esto es la vida, el teatro del mundo de Calderón de la piragua.
Me parece que fue Ramón y Cajal quien dijo… La locura es la sabia decisión de la inteligencia, que ante las vergüenzas del mundo, un buen día coge el carro de las chufas y decide trastornarse para reírse de tantas mentiras. Por eso, la VERDAD es lo más valioso que tenemos.
Tengamos la libertad con responsabilidad de aprender a pensar tomando ejemplo de la naturaleza, sin prisas, recreándonos, divirtiéndonos como si estuviésemos en un buen CIRCO.
Durante miles de años hemos ido en burro y ahora no sé que diablos nos está pasando, que queremos alcanzar a la muerte sin cortarnos un pelo.
¡Como nos engañan! ¡Como nos venden la moto!
Gracias, Hana.
mamá sin estrés says
A mí me parece muy buen discurso por su contenido. Creo que demasiado real como para que de verdad le llegara a su joven audiencia. Quien sabe. A mí me llega. Me habla de una sociedad que veo a cada paso que doy. Cada uno en su propio universo opinando de las miserables vidas de los demás sin pararse a pensar que detrás de esas vidas hay personas. Viviendo unas vidas desenfrenadas y atropellándolo todo a su vez por esa religión llamada dinero/poder.
Y a pesar de todo ello, nos da un mensaje esperanzador. Nos dice que podemos ver lo que queramos ver. Que no decidamos sólo lamentarnos, que podemos ver más allá, que aún podemos humanizarnos y ver «al otro». Para mí, no tiene desperdicio.
El hecho de que sufriera una depresión durante gran parte de su edad adulta no lo hace menos cierto. Quizá al contrario. Saber que puede elegir ver lo bueno y no conseguirlo puede ser tremendamente duro.
Oscar says
Nadie mejor que alguien que se suicida que sabe de su potencial como ser humano y del sentido de la vida pero que se ve superado por las circunstancias y decide terminar de sufrir.
Si se vive en la ignorancia profunda y se piensa que la vida es «vivir como un robot» se sufre pero es un sufrir asumido porque no se aspira a nada más… Pero mucha gente siente, sabe o intuye que la vida puede ser vivida como un paraíso pero siguen presos de esta «realidad enajenadora» y al no saber como alcanzar esa Felicidad superior deciden suicidarse porque no ven otra salida. Pero que al igual que David Foster Wallace mientras siguen en esta realidad procuran transmitir lo que saben por si hay alguien a quien le pueda servir ese conocimiento.
Por esto mismo el mayor de los respetos en este caso al autor y a aquellas personas que deciden terminar con su vida, ya que por inimaginable que parezca todos estamos a un paso de la depresión en esta sociedad esquizofrénica……De hecho la «locura» se ha normalizado y como todos estamos enajenados no nos sentimos que lo estamos.
Y el propio hecho de empezar a valorar y cuestionar lo que hace el otro (en este caso el autor del texto)…… como si supiéramos las razones que mueven a los demás a hacer las cosas, es precisamente de lo que nos habla David Foster Wallace en su relato, por lo que a pesar de los pesares…..seguimos sin entender nada.
Saludos a todos y en especial a Hana que es la promotora de todo esto
Mauricio Mosqueira says
Este tipo de reflexiones son de las cosas que siempre me deja sin palabras, como tratando de poder procesar hechos que considero completamente coherentes y magníficos. Por otra parte este tipo de redacciones me recuerdan a los textos de Osho, siempre tratando de hacernos ver que la mente es un ente que hay que utilizar y no dejar que se apodere de nuestro tiempo, ni de nuestras acciones a través de su enfoque.
Te agradezco mucho este aporte, yo nunca lo había leído y me parece fascinante, a pesar de que «ya había leído sobre esto», siento que David Foster lo bajo a la realidad y lo puso en forma muy práctica, es verdad a veces nos sumergimos en una «realidad» y ni nos damos cuenta.
Gracias!
mon says
Me ha gustado mucho, que el autor se haya suicidado no es más que el ejemplo de que veía la realidad como la describe de forma cruda. Me imagino que él también escogería como nosotros, verlo desde el punto de vista positivo, pero que siempre que intervengan en nosotros factores químicos que nos influyen, de tipo hormonal por ejemplo, aunque podamos escoger el camino de un pensamiento u otro, a menudo nos llevan al «lado oscuro»…¿ cómo lidiar con eso?
Salva says
Muchas gracias Hana. No conocía el texto ni su autor, me parece impresionante. No me parece que su discurso, quede en ningún sentido devaluado por su suicidio.
Creo que al final perdió la “partida” pero tuvo co…raje de VIVIR viviendo y viendo la locura colectiva, pero con esperanza y amor. Creo que es precioso alegato en línea con Viktor Frankl, con respecto a la libertad última.
Un abrazo
Maria says
Me encanta el artículo, Hana. Lo dejé para más adelante porque era larguillo, pero como bien dices merece la pena seguir leyendo. Además me ha venido de perlas, porque una cosa es saber, como dice el autor, y otra cosa es ser consciente de ello. De hecho ayer y hoy me han sucedido dos situaciones que me sacaron de quicio y mostré mi enfado a los demás. Ahora lo veo desde otra perspectiva, y me doy cuenta de que he actuado justamente desde el YO, pensando que soy el centro del universo. El ejemplo del supermercado me parece brutal. Es exactamente lo que nos pasa a muchos. Describe perfectamente nuestros pensamientos. Esto me recuerda mucho un vídeo llamado Get Service, sobre unas gafas que hacen de metáfora para que veas el mundo desde el lugar del otro y dejes de quejarte. Pero este artículo me ha llegado mucho más y ahora me siento un poco ridícula por haber actuado como lo hice (tiene que ver con una compañía aérea, fácil que nos enfademos, pero ¿necesario?, ¿bueno?, ¿justo?). Ahora lo veo de otra manera y entiendo por qué por dentro me he sentido mal al haber actuado de esta manera. Un abrazo y sigue regalándonos tu sabiduría. Es maravilloso leerte!
Maria says
Por cierto, acabo de leer los comentarios y debo reconocer que no tenía ni idea de que este hombre terminó con su vida, sobre todo por un párrafo que me parece clave en su discurso: «No es casual que los adultos que se suicidan con un arma de fuego lo hagan apuntando a su cabeza. Intentan aniquilar al tirano. Y la verdad es que la mayoría de esos suicidas ya estaban muertos bastante antes de que apretaran el gatillo.» Lo cierto es que me deja descolocada el hecho de que él mismo entonces se reconozca como muerto, a pesar de tener la llave a la Vida. Por otro lado esto demuestra que no es tan fácil ser dueño de esta Mente caprichosa, por más que sepamos cómo funciona. En fin, ahora me deja pensando aun más este artículo. Pero no quita toda la impronta que ha dejado en mí, porque es magistral y porque personalmente me viene perfecto en estos momentos.
Isabel says
Me encantó, gracias por compartir!
Hana says
A ti Isabel!!! 🙂
Borja says
Hola!
¡Casi no lo termino! Pero al final te he hecho caso y me lo he leído todo enterito. Y tengo que decir que, aunque acabase suicidándose, estoy de acuerdo con lo que dice.
Se podría resumir en un «no hay que juzgar a los demás».
No conocemos cuál es la situación personal de cada uno, así que no podemos hablar sin saber. Como ejemplo, una de las cosas que me dicen en mi trabajo (trabajo de cara al público) es que, si algún día viene un cliente enfadado, no te lo tomes como algo personal, porque seguro que no lo dice por ti. En la vida pasa lo mismo: si alguien hace algo que te moleste, no te lo tomes como algo personal, porque seguramente no lo habrá hecho por fastidiar.
Con estoy no estoy diciendo que no haya que ser asertivos y ponernos en nuestro lugar cuando corresponda, pero sí que digo que estoy bastante alineado con el discurso y con que tenemos que salir del «YO».
Una de las técnicas que utilizo para empezar a pensar como dice el texto es que, cuando me encuentro con un problema, automáticamente intento pensar en la soluciones.
Vamos a ver, el problema ya está ahí, y enfadándome o frustrándome no va a desaparecer, así que lo que tengo que hacer es empezar a buscar soluciones desde el primer momento. Haciendo esto, centrándome en la solución y no en el problema, evitaré echar las culpas a los demás y tampoco me sentiré tan desgraciado porque «es que todo me pasa a mí».
Bueno, espero haber aportado algo de valor con mi comentario. Un saludo 🙂