(continuación del Capítulo I)
Y por fin, escuché de forma muy nítida el sonido del helicóptero.
Música para mis oídos. Me invadió la alegría, el fin estaba cerca. Aunque toda la alegría al escuchar el ruido de las hélices se fue convirtiendo en preocupación al ver que el helicóptero se acercaba a donde estaba yo. Me puse en tensión; si se acercaban demasiado, harían que la campana se hinchase con violencia y podrían provocar mi caída. Estuvieron unos momentos suspendidos a mi altura a una distancia prudencial y empezaron a descender…”¡bien!” Pero al ver como se alejaba el helicóptero, aterrizaba en la base del Peñón y apagaba los motores, me invadió la desesperanza otra vez.
Aunque en seguida volví a apelar a mi optimismo: “bueno, ya están aquí y eso es lo importante. Es cuestión de tiempo que vengan a rescatarme”. Era una sensación un poco agridulce porque, por mucho que me lo repitiese, podía no estar en lo cierto.
Volví a llamar a Antulio y le pedí que mantuviese informada del progreso de la operación de rescate. Mientras esperaba la llamada de Antulio, volví a reconocer la zona y me planteé algunas posibilidades muy imprudentes. Por ejemplo, me acuerdo que había una pequeña repisa más abajo a mi derecha a la que pensaba que podría llegar de un salto si cortaba las bandas y me agarraba a ellas. Esta alternativa la descarté enseguida, no por temeraria, sino porque tenía el pie roto. Y hablando de pie roto, me desconcertaba un poco el hecho de que aún teniendo una fractura importante no me doliese en absoluto el pie, en ningún momento.
Que sabio es el cuerpo humano, el pie no me dolía porque en esos momentos mi vida estaba en peligro y, para mi cerebro, había otras prioridades
Antulio me contaba que los bomberos le habían pedido que se quedase donde estaba porque no querían tener que atender dos siniestros en vez de uno. Durante los momentos siguientes a la llegada del helicóptero, el cuerpo especial de rescate de los bomberos de Alicante decidía cual era la mejor forma de llegar hacia mi. Tengo que reconocer que esos momentos se me pasaron bastante rápidos con la expectación de la llegada y las ganas de recibir la confirmación de que ya habían iniciado la operación de rescate. Fueron pasando los minutos y no veía ningún movimiento ahí abajo. Lo que si veía era cada vez más gente aglomerada en el paseo marítimo.
Aunque intentaba no hacerlo a menudo, cuando bajaba la vista podía ver el vacío debajo de mis pies. 150 metros de roca escarpada debajo de mi cuerpecito insignificante ante la dimensión imponente del Peñón. La visión de las rocas en la base del Peñón me hacía pensar durante algunos segundos efímeros que ese quizá sería mi lecho de muerte. Pero enseguida desechaba esos pensamientos: “ese no iba a ser mi día”. Tengo que reconocer que esa táctica me fue muy bien durante esas horas. Decidí descartar cualquier pensamiento de muerte cuando apareciese e intentar vivir esa experiencia como si fuese una película, como si en realidad no me estuviese pasando a mi y, como las películas siempre terminan bien, mi historia también terminaría bien aquel día.
De hecho, no pensaba en el término “muerte” sino en la “desaparición de la vida”.
En cualquier caso, me parecía algo demasiado fuerte como para planteármelo. Mirando hacia atrás, creo que esta estrategia, totalmente espontánea, fue lo que me ayudó a mantener la calma y afrontar lo que estaba pasando con valor, lucidez y entereza.
Antulio me informaba por teléfono de las distintas posibilidades que los bomberos se estaban planteando para llegar a mi, hasta que por fin me anunció que había decidido subir escalando…”¡bien!”…la perspectiva de volver tumbarme en un jardín al sol parecía cada vez más real.
PARTE 4
Los bomberos empezaron a subir alrededor de las 11 de la mañana, “¡si! ¡si! ¡si!” A partir de ese momento solo me quedaba esperar y me establecí unas prioridades:
- Mantenerme alerta
- Concentrarme en no moverme demasiado
- Seguir buscando alternativas
- Mantener la circulación de la pierna
pero SOBRE TODO:
Mi máxima prioridad era seguir manteniendo el miedo y el pánico a raya y un espíritu sereno y positivo.
Por que de esto último dependía todo lo demás.
Estas eran mis prioridades colgada a 150 metros del suelo. Cada media hora más o menos tenía que volver a colgarme de la banda derecha y correr unos centímetros más la pernera en el muslo, hacia la rodilla. Esto hacía que mi pierna estuviese cada vez más alta pero no me importaba con tal de mantener circulando la sangre por ella.
Le pregunté a Antulio cuanto tardarían en subir. El me dijo que unos 40 minutos. Miré el reloj y decidí que esperaría tranquila esos 40 minutos. Le dije que llamase a mi madre para decirle que no íbamos a llegar a comer y él me dijo que estaba loca. Durante ese tiempo me puse a cantar para pasar el tiempo. Cantaba con optimismo y pensaba en mi vida, en mi familia, en mis amigos y me ponía contenta; los bomberos ya estaban en camino. Al cabo de los 40 minutos volví a llamarle; me dijo que todavía estaban lejos pero que estaban pasando ya el tramo más difícil y que pronto llegarían a donde estaba yo, en otra media hora más. Volví a mirar el reloj y lo guardé. En media hora volvería a mirarlo. Seguí cantando y distrayéndome.
A veces cerraba los ojos y respiraba hondo y esto me tranquilizaba aún mas. Otras veces miraba hacia mi derecha con esperanza porque Antulio me había dicho que los bomberos estaba subiendo por una vía a mi derecha. Me imaginaba quienes serían aquellos bomberos, aquellas personas que estaban subiendo a rescatarme. A la media hora no había rastro de nadie. Volví a llamarle. Me dijo que estaban tardando un poco pero que seguro que en media hora como mucho estarían a mi altura. Suspiré. Estaba empezando a encontrarme muy cansada, el sol ya pegaba con algo de intensidad y yo seguía allí colgada. De repente, me di cuenta de que no había desayunado ni bebido agua en muchas horas, confié en que resistiría bien algunas horas más. De nuevo miré el reloj, se me hacía un poco cuesta arriba una nueva media hora pero aún así, me propuse no desesperar y seguir esperando con buen ánimo porque aunque no les veía, ya había empezado a oírles y eso significaba que estaban cada vez más cerca. Esta vez opté por cerrar los ojos la mayor parte del tiempo agarrándome de las bandas para estar más cómoda. Me di cuenta de que ya no estaba tan alerta, y pensé que si ahora se desenganchaba la campana me pillaría bastante desprevenida y no podría reaccionar rápidamente. Es extraño pero hasta a una situación así puedes llegar a acostumbrarte. Sentía como, a parte de la pierna, el arnés me estaba empezando a apretar el torso y empecé a sentir un poco de agobio. El cansancio y el agobio me hicieron plantearme realmente la posibilidad de llegar a la pequeña repisa de mi derecha, pero estaba tan cansada que sabía que no sería capaz y comprendí que era una locura. Sobre todo teniendo en cuenta que los bomberos estaban cerca.
Respiré hondo y me armé de paciencia…quedaba muy poquito ya.
A la media hora seguía sin ver a los bomberos. Llamé a Antulio y me pidió que no desesperase porque ya estaban ahí. Pero yo no les veía así que empecé a sentir como bajaban los ánimos y crecía el agobio por la presión del arnés. Llevaba unas 3 horas colgada.
Durante los momentos siguientes volví a pensar en descolgarme e intentar llegar a la repisa. El arnés estaba asfixiándome y a pesar de que la pernera izquierda ya la tenía cerca de la rodilla, la presión en el resto del cuerpo estaba empezando a ser insoportable. Llamé a Antulio y le dije (creo que fue el agotamiento quien hablaba en ese momento) que me iba a descolgar para llegar a la repisa porque no podía respirar. El se alarmó sobremanera y a gritos me pidió que me quedase quieta, que no hiciese nada porque los bomberos ya estaban muy cerca. Empecé a darme ánimos a mi misma: “venga Hannah, aguanta tía que ya ha pasado lo peor, venga campeona, que lo estás haciendo muy bien”. Me recoloqué dentro del arnés sin moverme demasiado y me dispuse a recuperar la tranquilidad para esperar lo que quedase. Poco a poco me fui encontrando mejor.
Y de repente, sobre las 13h, vi a mi primer héroe
Jose Marchante.
No puedo describir con palabras lo que sentí al verle. De repente la incertidumbre se disipó, ya no había duda: iba a poder contarlo. Allí estaba la persona que me iba a rescatar, a escasos metros de mi. Lo primero que pensé fue: “voy a estar tranquila y no voy a meterles prisa ni voy a interferir en su trabajo. Ya han subido hasta aquí y el momento está cerca”. Se notaba que estaba haciendo un esfuerzo increíble pero aún asi, estaba tranquilo. Me saludó y en ese momento me di cuenta de que la situación era un poco surrealista; yo colgada de un trozo de tela a 150 metros del suelo, el bombero saludándome con tranquilidad y yo respondiéndole con una sonrisa y con la misma tranquilidad.
-Hola
-Hola, ¿cómo te llamas?
-Hana, ¿y tu?
-Jose
-Pues ¡que sepas que pocas veces me alegrado tanto de ver a alguien, Jose!
Me preguntó que tal estaba y acto seguido me explicó que desde donde se encontraba él no podía acercarse hasta mi y que tenían que subir a un punto de reunión que estaba más alto para poder alcanzarme con seguridad para todos. Le dije que no había problema, que tenía un pie roto pero que me encontraba bien. Enseguida se comunicó muy enérgicamente y a gritos con el resto del equipo, diciéndoles que subiesen “echando hostias”. Más tarde, Jose me comentó que el equipo de rescate creía que yo estaba apoyada en algún saliente y que cuando me vio colgando y en esa situación tan precaria se le puso muy mal cuerpo y por eso les trasmitió más urgencia si cabía al resto. Así que José siguió haciendo su trabajo, preparando el material, comprobando algunas cosas y, aunque se le veía cansado, escalando hacia arriba con todas sus fuerzas. Me decía continuamente que no me preocupase, que no iban a tardar nada, que antes de que me diese cuenta estarían a mi lado. Cuanto agradecía estas palabras. Yo le decía que estaba bien; si hasta ahora había mantenido la calma, ahora no era momento de perderla.
Jose fue escalando hasta el punto de reunión y de repente escuché que otra persona se acercaba escalando. Primero lo escuché porque esa persona estaba haciendo un esfuerzo descomunal y se le oía como se estaba dejando la piel en cada paso. De repente le vi. Allí estaba mi segundo héroe:
Chris Newton-Goverd.
Me llamó la atención que no estuviese vestido con uniforme sino con ropa de calle, pero en ese momento no me cuestioné porqué. Como veía el gran esfuerzo que estaba haciendo solo se me ocurrió decirle:
-”Hola, ¿estas bien?”
Y él sonrió y asintió. Luego me dijo que alucinó literalmente; yo, que estaba colgada desde hacia horas de un arnés unido a un trozo de tela le estaba preguntando a él si estaba bien. En realidad, me preocupaba cómo estarían al verles trabajando tan duro en la subida. Luego me enteré de que Chris no formaba parte del equipo de bomberos. Chris era un escalador experto que aquel día iba a escalar en el Peñón, y que al tener un gran nivel, se ofreció de forma altruista para colaborar en la operación y subir con Jose a rescatarme.
Ellos siguieron haciendo su trabajo, y yo seguía a lo mío, ahora mucho más contenta y tranquila. Pensaba que quedaba poco y que tenía que aguantar esos últimos momentos. De repente me di cuenta de que cuando fijaba la vista en la pared, me mareaba muchísimo y me daban vahídos. Me daba la impresión de que podía desmayarme en cualquier momento. No había comido ni bebido nada desde el día anterior, y el sol me daba de lleno. Llamé a Antulio para contárselo y me dijo que siguiese hablando con él, que no cerrase los ojos. El problema es que se le estaba acabando la batería, así que llamo a Marco, uno de los amigos franceses que estaba abajo para que me llamase él y me hablase. Estuve hablando un buen rato con Marco, hasta que me espabilé un poco. Jose y Chris seguían trabajando por encima de donde me encontraba yo.
Cuando estaba me estaba recuperando de los mareos ocurrió algo que me puso los pelos de punta y con lo que ya, a esas horas, no contaba: empezó a soplar viento. Al recordar la imagen de la campana hinchándose me dan escalofríos. No podía ser “no, no, no, no”. Mi rescatadores estaban a escasos metros de mi y no podía ser que ahora se hinchase la campana y me descolgase. «No, no, no«, gemía. Desde luego…
iba a estar en tensión hasta el último momento.
Aunque no le veía, llamé a José y le dije que se me estaba hinchando la campana y que, por favor, se diesen prisa. Yo veía como el viento inflaba las celdas y como la campana se separaba de la pared. “No, no, no”. Empecé a coger las lineas de la campana e intentaba aplastar la tela contra la pared para sacar el aire. No podía pasarme esto ahora, no, no. Verdaderamente pasé un momento angustioso, me imaginaba que si subía la intensidad del viento tenía muchas posibilidades de caerme…y el viento es impredecible. Así que seguí intentando sacar el aire de la campana y sufriendo por cada racha de aire que la inflaba.
Hasta que la fuerza del viento, poco a poco fue disminuyendo. Suspiré de alivio pero me quedé muy atenta por si volvía a ocurrir.
PARTE 5
Al cabo de un ratito apareció José a mi lado. “¡Por fin!” Se acercó a mi y se aseguró en la chapa que tenía a mi derecha y se quedó en la repisa a la que yo me había planteado llegar descolgándome. Al asegurarse podía acercarse lo suficiente a mi como para maniobrar. Estuvo haciendo algunas comprobaciones y al momento me explicó que me iban a bajar en el helicóptero y yo le dije que para eso tenía que liberar la campana primero. Me comentó que me iba asegurar a él y que como él estaba asegurado a la chapa, en ese momento ya podría cortar las bandas de la campana. Yo no me lo podía creer…en unos minutos estaría por fin a salvo. Todo lo que había hecho hasta ahora, todo el esfuerzo habría merecido la pena. Le expliqué la estructura del arnés del paracaídas para que pudiese asegurarme con seguridad y comenzó a engancharme por la banda de pecho y las perneras a su arnés. Me explicaba de forma pausada en cada momento lo que estaba haciendo, con mucha seguridad. Todo en el transmitía experiencia y a mi me transmitía mucha tranquilidad. Antulio estaba presenciándolo todo desde arriba y me contó que cuando vio que Jose me aseguraba se derrumbó y se le llenaron los ojos de lágrimas.
El calvario había pasado.
En cuanto a mí, aunque estaba asegurada, todavía no me sentía totalmente a salvo porque la chapa estaba un poco oxidada y mis pies todavía colgaban sobre el vacío. Mis dudas eran fruto del desconocimiento sobre el material de escalada. Jose me preguntó como proceder para liberar la campana y le expliqué que había que cortar las bandas. Le dije que en todos los paracaídas llevamos un cúter. ¡Cuantas veces he visto el cúter en el paracaídas y cuantas veces he pensado que nunca lo utilizaría! Jose me sujetaba para reducir la tensión de las bandas. Saqué el cúter y decidimos dije cortarlas despacio, una a una, para no generar mucho péndulo e inercia. Y empezamos. No me acuerdo muy bien cuales cortó él y cuales yo, de lo que si me acuerdo es de lo raro que me resultaba ir cortando las bandas; las bandas, tan resistentes, eran lo que, durante las horas anteriores, me habían salvado la vida. Empezamos cortando las traseras que estaban sueltas. Seguimos con la derecha y en cuanto la cortamos, toda la parte derecha de la campana se descolgó. De repente me di cuenta de que era una suerte que no me hubiese podido agarrar a nada porque si lo hubiese hecho, habría eliminado la tensión que hacía que la campana se mantuviese enganchada y se hubiese descolgado. Se me pusieron los pelos de punta…todo pasa por algo.
Seguimos con la banda izquierda, cortándola muy poco a poco. Y al liberarme de la campana caí sobre José, que me sujetaba, y me trasladó a la repisa con suavidad. Y ¡oh, que momento! De repente, por fin, y después de casi 4 horas en vilo, puse los pies (o más bien un pie, el que estaba sano) en firme. Y esto es paradójico porque aunque mis pies se habían posado de repente sobre una repisa minúscula a 150 metros sobre el suelo,
para mí eso significaba que ya estaba 100% a salvo.
Me costaba mantenerme de pie, porque aunque había mantenido la circulación de las piernas, habían sido muchas horas las que había estado colgada. Además, mi pie derecho roto, estaba muy inflamado y no podía apoyarlo. Pero de repente me erguí y me vi allí; a salvo con Jose. Vi la zona de aterrizaje atestada de gente. Vi las rocas en la base del Peñón, que momentos antes me parecían tan temibles. Pensaba en la suerte que había tenido y miré al cielo para agradecer a mis ángeles de la guarda lo que había pasado. Y entonces le dije a Jose:
“Ahora si. Ahora ya puedo empezar a llorar ¿te puedo dar un abrazo?”
Y me derrumbé. Le di un fuerte abrazo a Jose y empecé a llorar como pocas veces en mi vida. Fue un momento increíble, emocionante, indescriptible, alucinante…las palabras se quedan muy cortas.
Jose dio instrucciones al jefe de bomberos, Salva, para que se acercase el helicóptero. Me explicó el procedimiento siguiente: Salva iba a descender con un cable hacia donde estábamos nosotros y que entonces me asegurarían a él. Una vez asegurada al jefe, Jose me soltaría y nos quedaríamos Salva y yo colgados del cable para descender al paseo marítimo. Y me dijo: “pero me imagino que eso no te dará miedo porque esto una minucia para ti, ¿no?”. Y yo asentí, sonriendo.
El helicóptero estaba encima de nosotros, por encima de la cumbre del Peñón. Yo aluciné porque estaba verdaderamente cerca de la roca. Tan cerca que todos los cactus de la cima empezaron a caer como auténticos proyectiles hacia abajo. Hacían tanto ruido al pasar por nuestro lado que tengo que reconocer que sentí miedo. Chris estaba arriba en la reunión, sin ningún tipo de protección y mas tarde me contó que lo pasó fatal intentando esquivar los cactus y que temió por su seguridad. El viento que provocaban las hélices del helicóptero comenzó a hinchar levemente la campana, que ahora estaba sujeta solo por un punto. Esto me puso nerviosa porque la campana podría soltarse e irse hacia el helicóptero.
Intenté alcanzarla para recogerla pero Jose lo hizo por mi.
Lo que sigue podría ser parte de una película. Salva descendió con el cable hasta más o menos nuestra altura, y el piloto del helicóptero empezó a hacer péndulo para acercarle y que pudiese coger una cuerda que Jose le estaba presentando. Lo que hizo el piloto es digno de mención ¡que precisión tan asombrosa! ¡Y estando tan cerca de la roca! Enseguida lo consiguieron. Empezaron los dos con el procedimiento para asegurarme a Salva, y Jose me lo iba explicando todo. De repente todo estaba hecho y le dieron instrucciones al piloto para que se separase de la roca y comenzase el descenso. Y ¡voilá! de repente mis pies se separaron de la repisa y me vi agarrada a Salva y colgando del cable del helicóptero. Me pareció muy emocionante. Cuando volví la cabeza vi a Jose en la repisa despidiéndose de mi y me acuerdo que yo le mandaba besos de agradecimiento.
También vi a Chris en la reunión. No sabía quien era pero le agradecí con todo mi corazón lo que había hecho. Salva me comentó que después de dejarme a mi, subiría a recoger a Antulio. Poco a poco fuimos descendiendo y el suelo fue acercándose. Empecé a ver con más claridad a toda la gente que se había congregado en el paseo marítimo, la ambulancia, los coches de la Guardia Civil…¡madre mía! ¡Cuanta gente! Cuando llegamos casi al suelo, Salva comenzó a dar instrucciones a todo el mundo y vi había una camilla esperándome. El piloto del helicóptero empezó a hacer encaje de bolillos bajo las indicaciones de Salva para que me posase sobre ella; de nuevo ¡que precisión! Y cuando me pose efectivamente sobre la camilla comenzó una vorágine de personas pasando, preguntándome y comprobando cosas. Empecé a notar el dolor del pie como un cuchillo cortándome, pero no me importaba. Yo estaba en mi mundo. Estaba tumbada y veía el sol que me daba en la cara. No era un jardín, pero era suficiente.
Lentes Rosas says
¡Uff, menuda historia! y cuánto me alegro de todo fuera bien y puedas compartirla con nosotros. Debe ser como volver a nacer.
Un abrazo
Francesca says
No sé si lo creerás pero he llorado.
Hana says
Claro que me lo creo Francesca!! Yo cuando lo leo, siempre lloro!! Un abrazo!!
BEITA says
Preciosa historia y muy emotiva. Me alegra que hayas podido transmitir tu momento.
Abrazos y besos
Hana says
Gracias Beita!! Otro abrazo para ti!!
BEITA says
http://disfrutacadapaso.activosblog.com/SONRIE-b1…
Hana says
Holaaa!! ¿Lo has escrito tu? 🙂
Hana says
Gracias de nuevo Isabel! Efectivamente, es como volver a nacer…yo lo siento así! Un abrazo!!
Enrique says
Buff, se me han saltado las lágrimas varias veces. Si yo fuese director de cine haría la película, del estilo de "127 horas". Espectacular tu relato. Fuiste muy valiente.
Hana says
Muchisimas gracias Enrique! La verdad es que parece un película…ya dicen que la realidad supera la ficción, y éste en un caso perfecto 🙂
Un abrazo!!
carol says
No tengo palabras..Para describirte lo que siento después de haber leído el relato..Tengo la cara llena de lágrima..He reído..e llorado y quiero darte las gracias por compartir esta gran leccion de vida..CAMPEONA!!
Hana says
Gracias Carol!! Me alegro de que mi relato te haya emocionado….gracias a ti por hacérmelo saber 🙂
Inés says
¿crees en los ángeles? Porque tu tienes varios. No solo los que te salvaron si no todos los que crearon la situación perfecta para que tu campana no se desenganchara en ningún momento.
Eres una valiente y un ejemplo de como mantener la calma en un momento de pánico.
Gracias por compartir este relato que me ha emocionado y me ha hecho recordar que la vida es una oportunidad, un privilegio y que cada segundo cuenta.
De nuevo, gracias de corazón por compartir tu experiencia. La verdad es que no tengo palabras.
Hana says
Gracias por tus palabras Ines. Yo tambien estoy segura de que tengo varios ángeles…y de que todo pasa por algo 🙂
Un abrazo!
Judith says
Otra por aquí que se ha emocionado con la historia Hana.
Cada día más en las señales y en el destino, "ese no era tu día", vamos 🙂
Judith says
Cada día creo más* quería decir, ¡qué cabeza! Jajajajajajaja!
Jorge alberto says
Hola : Soy de mexico y llegue aqui siguiendo la ruta de crudivegetarianos, he visto tus primeros videos y esta lectura es por hoy lo ultimo que he visto, impactante, me encanta tu forma de expresarte de la vida y la alegria con que dices la s cosas, yo sigo el minimalismo, busco el ser, y el vivir en el ahora, y me estoy acercando a la alimentacion vegetariana cruda, y he decidido seguirte por la fuerza que hay en tu vida y te po hecho que si estas aqui es porque tu mision sigue adelante, Mil Bendiciones. jorge Quintanar
Julia says
Lo más emocionante que he leído en mucho tiempo. Increíble lo que he sentido al leer lo del llanto y el abrazo al bombero. Todo mi cuerpo ha tiritado y he empezado a llorar yo como si me acabase de salvar también. Te felicito por la forma en que lo has escrito, he sentido en todo momento que podía ver (incluso sentir) lo que pasó. Te felicito por tu fuerza, por tu resistencia, por tu inconformismo y tu lucha. Tu te salvaste un 3 de abril de 2011. Justo hoy, que te he descubierto, me has salvado tu a mi. Gracias, gracias, gracias. Un abrazo.
Irene says
Hace ya mucho tiempo de este relato pero creo que ha llegado en el momento justo para mí.
Hace unos 4 años pasé por un suceso que cambió mi vida por completo.Fue algo más largo que el tuyo y aún hoy no está superado del todo. Sin embargo, al leerte me he dado cuenta de que el rescate ya está aquí. Ya estamos casi iniciando el descenso y eso es de gran alivio.
Cuando leía tu experiencia me daba cuenta de lo fuertes que hemos sido, de lo bien que hemos aguantado en la roca y todo lo que hemos hecho lo hemos logrado con lo que teníamos a mano.
Me ha servido de mucho.
Y ahora, me siento con fuerzas para iniciar el rescate y afrontar la recuperación. Gracias!
aida says
Alucinante!, no sé ni cómo felicitarte por esa fortaleza mental tuya. Me alegro infinito de que todo saliera bien porque te lo mereces. ERES GENIAL, contagia alegria y buena onda, y ahora sé que también tienes una mente estratégica fenomenal. De verdad que me alegro muchisimmo de que estés entre nosotros , y haciendo esa tarea tuya tan fenomenal. Es fantástico verte, dan inmensas ganas de sonreir. Un abrazo, guapaaaa!!
Anina Anyway says
¡Hola Hana!
Tu relato ha sido absolutamente maravilloso, conmovedor y emocionante. Me he leído los dos capítulos del tirón mientras sorbía los mocos porque no quería despegarme de la pantalla ni siquiera para ir a buscar un cleenex. ¡Temía que te cayeras mientras yo no estaba!
Ayer reflexionaba sobre la vida y la muerte en mi blog partiendo de la historia de otro superviviente y un amigo me dejó en comentarios tu historia. Le estoy muy agradecida por todas las cosas que he sentido leyéndola y por todas las que aún me quedan por pensar a través de ella.
Todo lo demás está dicho.
¡Un gran abrazo de bombero!
Vicente says
Navegando por estos mares internáuticos doy con tu blog y de ahí a tu relato. Espectacular, espeluznante, vívio. Enhorabuena
Ruth says
Emocionante. Sin palabras por tu fortaleza mental y tu inteligencia emocional.
Tu historia me recuerda lo importante de las cosas sencillas, como el sol en la cara tumbada al lado de las personas que más quieres.
Cristina Hortal says
Sin palabras
Samuel says
Vengo del Peñón de Ifach y al ver lo complicado de algún tramo he navegado por internet y he descubierto tu historia. Has vuelto a saltar? Enhorabuena porque estás al otro lado
José María says
Hola Hana, acabo de leer tu Historia en el Peñon y me estaba acordando de que esta imagen la vi en las noticias y automáticamente pensé, vaya hostia que se va a dar esa persona como se caiga. Al cabo de los años, descubro que eras tú la protagonista de esa posible Hostia. Bueno, resumiendo, tengo un Gran Amigo que me recuerda que cada Respiración es una nueva Oportunidad para conocernos mejor, y que con cada nuevo Aliento, resucitamos a la Vida para disfrutarla y regocijarnos en ella, este es el Sentido de la Vida, tu has tenido infinidad de reencarnaciones y oportunidades, aprovéchalas y da gracias por ello. Tu informático Personal, ya sabes quién soy…..
Asunta says
Hana!! el hecho de salir con vida significa que tu misión en la tierra no ha terminado y tienes un Dios aparte!!